Trocadéro - sábado 24 de noviembre

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martes, 20 de noviembre de 2007

La grève o el paro (o la p.. que los p...)

Tengo una pesadilla recurrente. Estoy en mi casa, en Caballito, me levanto de buen humor, camino las dos cuadras que separan mi casa de la estación de subte Primera Junta para ir a trabajar. Es la mañana del lunes, tipo 8:30. Me dispongo a bajar las escaleras pero caigo en la cuenta de que hay un solo acceso abierto, no el principal de escaleras anchas, sino uno lateral de escaleras considerablemente angostas que no pueden tragar el caudal de gente que pretende bajar. Me siento apretada por todos lados, me abro paso entre la muchedumbre, voy al molinete, intento pasar y el ¡beeeepp! agudo me indica que no tengo suficientes viajes. Entonces busco una ventanilla para recargar mi Subtepass, sólo dos están abiertas, una de las cuales exige obscenamente que se pague con cambio (en un país donde cada moneda tiene un valor real y otro simbólico que se desprende del solo hecho de poseerla y que supera en mucho al número escrito sobre una de sus caras). Me paro al final de una fila cuyo largo amenaza con hacerme salir nuevamente a la calle. Finalmente consigo recargar mi tarjeta y me dispongo a acceder al andén. Una marea de gente ocupa la totalidad del ancho andén, por el altoparlante se escucha “Metrovías informa que la línea A…”. Dejo de escuchar, me pongo los auriculares, sé que no pueden ser más que malas noticias, jamás hasta el día de hoy escuché un anuncio tipo “Metrovías informa que la frecuencia de los trenes ha aumentado a un intervalo de dos minutos entre cada formación”, no, eso sería un sueño, no una pesadilla... Espero la reacción de la gente, algunos murmullos pero la mayoría se mantiene en su lugar. Bien, eso quiere decir que todavía hay esperanza de que llegue en algún momento un subte. Como el andén tiene dos accesos para los trenes, me veo obligada a realizar la apuesta mental a la que cada usuario se ve forzado todos los días: ¿viene por la derecha o por la izquierda? Parece una apuesta inocente pero todos saben bien que una elección incorrecta puede significar perder ese subte. Me juego por la derecha. A los cinco minutos se escucha el retumbar de la formación que se acerca, en el andén ya no cabe ni un alfiler, incluso ya hay personas paradas en la escalera de acceso que no pueden bajar. Momento crucial, puja inhumana para entrar, soy de las últimas, la puerta casi me achura por la mitad. ¡Entré! La alegría de la conquista me dura poco, adentro la temperatura se eleva en una fracción de segundo a una marca digna del Cairo, el contacto con los cuerpos que me rodean es inevitable, pegajoso, molesto. Trato de pensar que es un viaje corto pero la imagen de una sardina en su lata no me abandona. Comienzo a hacerme a la idea de que esta tortura no puede durar para siempre cuando llegamos a Once, justo cuando acaba de llegar un tren lleno de gente desesperada por subir y……… ¡¡¡¡¡ME QUIERO DESPERTAR!!!!!, pero no, en ese momento me doy cuenta de que no es una pesadilla, es lisa y llanamente la realidad de nuestro sistema de transporte.

No sé si se sienten identificados con este relato pero a mí esta situación me pasa por lo menos dos veces por semana, cuando tengo suerte. Bueno, resulta que he hecho un descubrimiento digno de la “Nacional Geographic” o algunas de esas revistas prestigiosas que nunca compro. Resulta que lo que para nosotros es una situación cotidiana para los franceses se llama “grève” es decir, “paro”. Mañana cumplimos una semana juntos, quiero decir, el paro y todos nosotros, los usuarios, y ya el ánimo en las calles se corta con un cuchillo. Para sumar desorden al caos, hay en total 8 sindicatos de transporte, es decir, casi uno por línea de metro. Eso quiere decir que las líneas de los sindicatos más duros están completamente paradas hace una semana y las de los morigerados funcionan con “perturbaciones”, como le dicen ellos, que se plasman en una frecuencia reducida de entre 5 a 15 minutos (acá la frecuencia normal es de 2 minutos durante el día). Así que es cuestión de suerte, yo vivo cerca de una línea que funciona, otros menos afortunados deben caminar o quedarse en su casa. Están todos tan hartos que el domingo hubo una manifestación contra la huelga, ¡pueden creerlo! Para colmo, hoy hubo paro de todos los empleados públicos, como seis millones de almas, para reclamar, escuchen bien esto, ¡por la pérdida del poder adquisitivo! ¡Gente, que no corra el rumor en Argentina porque entonces no tenemos que trabajar nunca más, nosotros que hace años que lo perdimos y no tenemos ni idea de dónde buscarlo!
En este contexto, las clases se dictan con una regularidad que todavía puede considerarse regular pero que en el futuro inmediato amenaza con verse “fuertemente perturbada” como el transporte. Lo bueno de todo esto (hay que buscarle un lado positivo) es que, si acaso amenazaba con surgir en mí algún dejo de nostalgia por la tierra patria, esta situación me ha reconfortado, puesto que yo en el metro me siento como en casa, apretada como una sardina, con una frecuencia lamentable e insultando mentalmente a quien quiera que sea el responsable de todo este quilombo.

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